“La Catrina se va de compras” es una serie fotográfica conceptualizada junto con el actor Erik De Luna, quien encarna a La Catrina, personaje de la cultura mexicana que ha sido fomentado por De Luna en múltiples facetas  desde hace más de 20 años en temporadas teatrales en foros nacionales e internacionales, incluso hasta en pasarelas de moda en Europa.

La serie fotográfica es biográfica tanto para el actor como para el fotógrafo. El actor quien desde la niñez ha acudido a comprar al tradicional mercado Escobedo. Y también para el autor de las fotografías. Demian Chávez quien viene de una tradición de tablajeros de por lo menos 5 generaciones. Su familia vio nacer este mercado en la actualidad y laboró tanto en las carnicerías de su abuelo, de su padre y de sus tíos durante una temporada muy larga, llevando a la par también  sus estudios en artes visuales. El mercado le es un significante de vida.

“La Catrina se va de compras” adquiere un valor significativo global porque simboliza dos aspectos de la cultura mexicana arraigados desde tiempos prehispánicos: el mercado en lugar de intercambio de los alimentos y La Catrina símbolo de la muerte que lejos de ser dolorosa se ha vuelto para la tradición y cultura mexicana símbolo de vida.

Esta colección se ha exhibido en República Dominicana y Francia.

Visita la selección de obra expuesta

https://issuu.com/obturamagazine/docs/la_catrina_se_va_de_compras_catalogo_de_obra_dc_ma

Esta colección se desprende del proyecto editorial “Querétaro, caminando con la Catrina” del actor y empresario Erik de Luna. Las fotografías conceptualizadas por Demian Chávez y con una asistencia de producción e iluminación de Gelo Rodríguez fueron acompañadas por el texto de la periodista Lorena Alcalá en el libro. A continuación se reproduce el texto con permiso de la autora. 

 

MERCADO ESCOBEDO: GUARDIÁN DE TRADICIONES

Lorena Alcalá Cabrera.

 

Dicen los historiadores que cuando Hernán Cortés conoció el Mercado de la Gran Tenochtitlán en 1520, no tuvo para él más que frases de elogio, mismas que puso por escrito en las famosas Cartas de Relación que enviaba al rey de España.

Al conquistador español le sorprendió la cantidad de gente que diariamente se reunía en la plaza para comprar y vender, pero igual quedó asombrado por la variedad de productos que se ofertaban, traídos de todos los confines del imperio Azteca. Ni siquiera los mercados de Oriente y de Constantinopla podían comparársele en cuanto a riqueza y color, según decía Cortés.

Han pasado ya casi cinco siglos de que el gran mercado de Tlatelolco sorprendiera al ejército español, sin embargo, es posible decir que su riqueza se recrea a diario en los colores y sabores de los mercados mexicanos, que se mantienen casi sin cambios desde entonces.

En la ciudad de Querétaro, uno de los mejores representantes de los mercados tradicionales es sin duda el Mercado Mariano Escobedo, que precisamente este año 2014 acaba de cumplir 50 años en su ubicación actual, entre las avenidas Zaragoza y Constituyentes; y las calles Guerrero y Allende.

En sus pasillos es posible encontrar todavía a unos pocos (muy pocos)  de los locatarios originales del primer Mercado -que por cierto se llamaba originalmente Pedro- Escobedo, ése que se encontraba todavía en lo que ahora es Plaza Constitución, antes del violento desalojo que sufrieron en los 60’s.

Medio siglo después, los locales son en su mayoría atendidos por comerciantes de segunda generación y a veces hasta de tercera. Algunos bisnietos de los locatarios originales juegan ahora entre los puestos y se convertirán en los próximos comerciantes, en los siguientes conservacionistas de esta tradición cultural mexicana.

El Mercado Escobedo ha sido testigo de muchas transformaciones de la ciudad. Él mismo ha cambiado enormemente, pues cuando se le dio su actual ubicación, Querétaro era apenas una pequeña ciudad de apenas 355 mil personas, y para ese entonces, parecía que lo habían colocado en las orillas de la capital y que nadie iría a comprar ahí.

Sin embargo y a pesar de todos los pesares, el cincuentenario Escobedo sobrevive gracias a su profundo arraigo en la cultura queretana.

No hay más que caminar por todos sus pasillos para darse cuenta de la enorme riqueza que puede contener un mercado mexicano.

Jitomates rojos, naranjas amarillas, cebollas blancas, lechugas verdes, rábanos rosa mexicano, una paleta de colores inimaginables ofrecen los puestos de frutas y verduras que complementan su colorido con las olorosas flores,  y las piñatas de figuras infantiles o las típicas de picos y papel de china.

A un lado y otro de los pasillos se pueden ver sacos de semillas: frijoles, lentejas, habas, frituras, y los chiles con su olor dulzón y picante que se amontonan en costales; carnicerías, pollerías y pescaderías, todas dispuestas a vender lo más fresco para los guisos de sus marchantas.

Qué tal quedarse a comer en el mercado unas gorditas, unas enchiladas queretanas, unas tostadas de arriero con nopalitos, unos guajolotes,  tacos de carnitas, o si de plano apetece algo más, se puede pasar por un sustancioso caldo de camarón, o con las guisanderas a las fondas que se encuentran en el pasillo de comida. Y de postre, un camote acicalado o pedacitos de fruta cristalizada; dulces de leche de cabra o de guayaba y membrillo, todos son una delicia al paladar.

Pero si de ir de compras se trata, entonces se puede caminar por los pasillos de los olleros, con sus cazuelas, desde la miniatura -como para casa de muñecas-, hasta en la que puede cocinarse mole para todo un pueblo; encontramos también a los huaracheros, o los sombrereros, y los tejedores de canastas, que con su arte centenario decoran  involuntariamente el lugar con un toque rural.

En un mercado tradicional como éste, tampoco puede faltar la parte esotérica, pues uno de los pasillos más concurridos del Escobedo es el de las yerberas, que ofertan desde los típicos tés para curar todo tipo de males del cuerpo, hasta preparados para atender los males del espíritu también.

Con la animosidad común a los mercados tradicionales de México, en el Escobedo concurren diariamente decenas de personas para comprar y para vender, incluso la Catrina, se da su tiempo de caminar por sus pasillos y saludar a los comerciantes, mientras hace su mandado.

Todos los días, este lugar lucha por sobrevivir a la crisis económica, a los comerciantes ambulantes, a la proliferación de los supermercados, a la pérdida de la referencia generacional que  sufren este tipo de tianguis; pero su espíritu, alimentado con el buen humor, al perseverancia y el trabajo arduo de sus locatarios le augura por lo menos otros 50 años de vida. Enhorabuena y que así sea.

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